Francisco          Martín Moreno* 
 A          quienes amamos la pureza del castellano.
Desde muy jóvena la candidata a        presidenta era ciertamente        genia. Cuando apenas era adolescenta, había decidido formar        parte del Poder        Judicial y llegar a ser jueza por ser ardienta defensora de la        justicia. Sus        padres y maestros la admiraron por haber sido una gran        estudianta, lideresa de        su generación, por lo que ya pintaba para llegar a ser, con el        tiempo, una gran        dirigenta, a diferencia de su hermano, que cuando era igualmente        colegialo,        dudaba entre ser dentisto o electricisto o periodisto u        oculisto. Cuando él se        comparaba en silencio inconfesable con su hermana, siendo por        igual un        auténtico lumbrero, se sentía, de verdad, un hormigo a su lado,        mientras ella        jamás tuvo complejos de pioja. Invariablemente se comportó como        una buena        acompañanta, en realidad una generosa parienta que siempre lo        protegió al ser        diez años mayora. ¿Por qué razón extraña su padre les había        puesto Guadalupe a        ambos, según constaba en el acta del registro civil? Los dos        respondían al        nombre de Lupe, aun cuando el oficial de dicha dependencia se        apiadó del menor        encajándole afortunadamente a última hora, el apelativo de        Antonio, obviamente        al varón.
Cuando con el paso del tiempo        pudieron prescindir del nano,        él pensó en llegar a ser el mejor artisto de México siguiendo la        tradición        familiar, el máximo estrello del firmamento cinematográfico. No        deseaba        convertirse en un figuro público. La decisión final la tomaría        después de        cumplir el servicio militar, mismo que terminaría como soldado        raso, en tanto        que ella no tendría que cumplir con dicho requisito ni tener el        grado de        soldada rasa, una ventaja a favor de las mujeres y no porque él,        en modo        alguno, fuera machisto, no, claro que no, sino porque        genuinamente respetaba        las diferencias sexualas. ¿Cómo imaginar que ella se vistiera de        gala con su        uniforme de generala de las fuerzas armadas? Ni pensarlo, ella,        la hermana        mayora, invariablemente se rehusó a hacer uso de la violencia        como correspondía        a toda buena sera humana, aun cuando, de llegar a ser Presidenta        de la        República tendría que convertirse en Comandanta en Jefa del        Ejército y de la        Marina y su marido tendría que aceptar la denominación de        primero damo del        país, por más extraño que pareciera el cargo social con que se        distinguía a la        pareja de la futura Jefa de la Nación, en realidad, la primera        Jefa de la        Nación a lo largo de toda la dolorida historia patria.
Cuando ella decidió ser        política en lugar de consagrarse        como música, porque en su familia su padre había sido pianisto,        su carácter de        individua bien articulada y estudiada en el extranjero, le        permitió hacerse        amiga de una canadiensa y de otra estadunidensa, ambas        arquitectas renegadas        porque sus respectivos padres deseaban que sus dos hijas fueran        comerciantas.        Un verdadero horror de futuro profesional para las dos, algo        inaceptable.
Lupe, ella, descubrió su clara        vocación por el servicio        público no como consecuencia de no haber sido jamás una sílfida        ni una náyada        por más que fuera una mujera inusualmente inteligenta,        distinguida y exquisita,        sino porque, en realidad, deseaba ayudar a la comunidad de        manera honorable y        efectiva. Rescataría a los víctimos del hambre, de la ignorancia        y de la        marginación, sobre todo empeñaría sus mejores esfuerzos por        erradicar la        violencia doméstica ejercida en contra de sus congéneras con        todos los armas a        su alcance. Ella no era ninguna ignoranta ni sería una        contrincanta fácil ni        una aspiranta que aceptara treguas ni negociaciones en la        contienda        presidencial, es más, ni en su propia casa sería una cónyuga        complacienta en su        matrimonio ni una consorta fácil y maleable, en todo momento        lucharía por su        propia superación y por la de todas las de su género. ¡Claro que        rechazaba el        término hembra por ofensivo! Prefería que los hombres fueran        llamados hembros,        en todo caso...
En la casa presidencial habría        nanas, pilotas de aviones y        helicópteros, chefas en la cocina, choferas personalas, pasantas        de diversas        profesiones en la residencia oficial para que conocieran de        cerca la        problemática del país. Se rodearía de las mejores asistentas        escogidas con        arreglo a su capacidad profesional sin distinciones políticas        enfermizas.        Entablaría un pleito feroz, sin recurrir al ejército, sino a una        policía nacional,        para acabar con todas las narcotraficantas y sus secuazas,        empeñadas en        envenenar a la juventud y a la sociedad mexicana en su conjunto.        Ella no        tendría complejos enanos: se rodearía de un gabinete de        notablas,        principalmente mujeres, a las que habría que concederles        finalmente una        oportunidad para dirigir los destinos de México. Los hombres ya        se habían        cansado de hacer el ridículo.
¡Claro que al llegar al poder        acabaría de un solo tajo con        la siniestra lideresa de la educación, la misma que tenía        secuestrado el futuro        de México! A pesar de sus convicciones católicas, lucharía por        la supervivencia        del Estado laico, cuyo establecimiento había costado tanta        sangre. Propondría        sin tardanza la redacción de las reformas estructuralas y        ejecutaría una gran        purga nacional, administraría mucha laxanta a los y las rufianas        del patrimonio        público. Las mujeres eran muy superiores a los hombres: ella se        encargaría de        demostrarlo... El verdadero cambio estaba por venir...
 
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