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martes, 31 de mayo de 2011

MI EXPRESIÓN, TU EXPRESIÓN, NUESTRA EXPRESIÓN Y LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN.

Por Ángel Cu Ambriz

El pasado 7 de junio “celebramos” el día de la libertad de expresión. Casi todos los espacios  de información restringieron sus opiniones y reflexiones a la muy importante labor de los periodistas, comunicadores y a los medios colectivos que difunden el trabajo de estos profesionistas, lo cual es apenas lo menos que se puede hacer por esta profesión.
Pero la expresión colectiva nace desde el seno mismo del hogar, allí donde el esposo se comunica con su compañera, un hijo con otro y ellos a la vez con sus padres. Esta comunicación debiera ser una práctica dialéctica de comunicadores y perceptores. Pero la verdad es que desde esa primerísima célula social empieza a coartarse la libertad de expresión de sus miembros:
“Niño tú cállate que ésta es una plática de adultos” “Mujer tú ni opines porque no sabes lo que es trabajar con un jefe como el mío” “Hijo, el día que yo te vea con el pelo largo o con un tatuaje te me vas de la casa”.
La capacidad de tolerar comentarios, expresiones, conductas diferentes a las que creemos adecuadas o a las que  nos inculcaron desde pequeños, es algo que ha costado mucho trabajo a la sociedad mexicana y se hace menos tolerante en tanto la comunidad es más pequeña.
Las familias mexicanas se caracterizan por ejercer la censura como forma de educación y formación de los hijos. En contados hogares se les ofrecen a los hijos una gama de opciones para que ellos vayan formando su personalidad a través de la elección. Siempre que se respeten los valores universales, se estudien y reconozcan los valores culturales mundiales, nacionales y locales, podemos esperar que las personas crezcan  en un entorno de expresión sana y con madurez. Pero esto implica que los padres de familia se informen continuamente y paso a paso acerca del universo por el que transitan los hijos e inclusive su propia pareja.
Si éste compromiso rara vez es observado en la familia, ¿Qué podemos esperar de grupos sociales que se integran, más que por afinidad de metas,  por converger  su intolerancia hacia algún tema, arquetipo social, pensamiento o conducta diferente a la de ellos?
El racismo, la homofobia, el extremismo religioso, son algunos de los ejemplos de intolerancia la cual practican millones de personas alrededor del mundo. Con diferentes combinaciones y matices se integran en grupos, asociaciones, iglesias, empresas comerciales y ahora en redes sociales a través del internet para expresar intransigencia .
El colmo (como cuando estábamos bajo el yugo de los españoles durante la época colonial) es cuando entre los propios integrantes de nuestra mestiza sociedad, calificamos denostando a personas por no ser de nuestra área geográfica, tono de piel o forma particular de hablar.
Por eso es que en estas líneas invito a que observemos qué tanto somos tolerantes a la forma de expresión de los “otros”. Por su forma de vestir, de hablar, por sus costumbres, por sus carcajadas escandalosas, porque traiga un tatuaje o luzca un “piercing”. Porque den  gracias al sol por las tardes en lugar de ir a misa los domingos.  Porque tengan una pareja mucho más joven o mayor que él o ella. Porque sea su quinto matrimonio o porque nunca se hayan casado.
Tal vez observando cómo se expresan los demás, sin prejuicios,  podremos a la vez expresarnos libres de inhibiciones, con armonía, respeto: con amor a los demás.

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