Por Raymundo León
Verde
Hace 25 años
De reporteros de
oficio a reporteros de tres líneas
Hace
25 años, el 5 de enero de 1991, llegué a Baja California Sur procedente de la
ciudad de México, donde nací, crecí y realice mis estudios hasta la universidad,
de periodismo y comunicación colectiva en una de las escuelas profesionales de
la Universidad Nacional Autónoma de México. Ya en ese tiempo no era fácil
colocarse en alguno de los grandes medios de comunicación nacionales, porque
como en muchas partes se requieren palancas, conocidos y experiencia.
Dar
clases de redacción en preparatorias y trabajar como corrector de estilo en El
Heraldo de México fue mi primera opción, pero empujado por la convicción de
ejercer lo estudiado decidí emigrar a la provincia para una oportunidad. Así
llegué a Cancún a hacer mis pininos como reportero en el Diario de Quintana Roo
y posteriormente en el Sol de Hidalgo, en Pachuca, donde como a todo novato me
mandaron a cubrir la sierra y huasteca hidalguense, una tarea complicada en una
época en la que los teléfonos celulares y el internet parecían de ficción.
Recorrer
cientos de kilómetros de ida y vuelta a Pachuca para escribir en las máquinas
mecánicas cuando todos los reporteros ya se habían retirado y la presión del
jefe de información por entregar las notas lo antes posible era el pan de cada
día.
Así
que cuando se presentó la oportunidad de venir a Baja California Sur, a Los
Cabos, a trabajar en la corresponsalía del Diario Peninsular, a cargo de un
gringo, con un salario por encima del estándar, no fue de dudar. Además de
llegar a un centro vacacional que con todas las limitaciones de aquel entonces,
con una carretera de dos carriles de San José del Cabo a Cabo San Lucas, ya era
de renombre nacional, cierto es que no comparado con Cancún en infraestructura,
donde ya había trabajado, pero con un clima, para mi gusto mucho mejor, sin
moscos, lluvias torrenciales y la humedad selvática que hace sufrir a
cualquiera.
Ahí
con mi compañero de universidad, quien fue el que me hizo la invitación a
venir, Benjamín Vargas, en San José, trabajamos durante semanas con la más
avanzada tecnología de entonces para mandar información a Cabo San Lucas y a La
Paz, pero los problemas financieros en la corresponsalía aparecieron y uno de
los dos tuvo que buscar acomodo en la sede principal del periódico, un volado
lo decidió y así llegué a la capital sudcaliforniana.
No
la conocía, pero tenía características urbanas más confortables que vivir en
San José. Recuerdo que me recibió Don Héctor Villarreal, quien me presentó con
Don Carlos Morgán, director fundador del Diario Peninsular, que a su vez me dio
un trato amable, paternalista. Con humor, siempre que me presentaba con alguna
persona decía “es chilango, pero buena onda”.
Conocí
a mis compañeros y amigos de siempre Carmen Diestro, Norma Estrada, Benedicto
Hernández, sus hijos Noé y Mauricio, Leticia Bustamante, Cuauhtémoc Morgán,
egresado de la Universidad Autónoma de Guadalajara, a los columnistas Miguel
Ángel Dukakis, Víctor Octavio García, Jesús Chávez Jiménez, Aracely Hernández,
de belleza especial, en la corresponsalía de Comondú, en fin compañeros de
verdad que hacíamos un equipo que buscaba darle pelea a la principal
competencia, El Sudcaliforniano, pero también La Extra daba de qué hablar y no
se diga Miguel Ángel Ojeda, por la radio,
el canal 10 y la XENT con su principal programa Contacto Directo.
En
ese entonces, una camada de reporteros venidos de fuera como el fallecido
Agustín, Pedro Juárez, Manuel Enríquez, Elino Villanueva, Antonio Alcántar, y Bertoldo
Velasco, él ya con más años aquí, nos poníamos la meta de buscar la nota de
ocho en los periódicos en los que trabajábamos. No había intercambio de
información, había camaradería, pero competencia por obtener la mejor noticia.
La
ciudad de La Paz no era extensa, no lo es todavía al grado de otras capitales,
sus límites hacia el sur era la Universidad Autónoma de Baja California Sur y
hacía el norte, pues que les digo, tal vez Fidepaz, el aeropuerto y El
Centenario, se consideraban lugares lejanos del centro histórico.
Muchos
recuerdos, muchas anécdotas de aquellos tiempos en el que Víctor Manuel Liceaga
Rubial gobernaba el estado, y Julio César Saucedo era el director de
Comunicación Social.
La
mayor parte de los comunicadores no eran egresados de escuelas de periodismo,
era empíricos, pero con mucho oficio, letrados y esforzados, su comunicación
con los funcionarios era fluida. No había tanta pose, al grado de muchos
periodistas eran compadres de servidores públicos. Eso sí, la crítica la había
y eso a veces levantaba los ánimos, pero hasta ahí. En algunas ocasiones hasta
se limaban asperezas en el lugar predilecto de entonces, el bar El Semáforo, en
contraesquina del CCC, ahora Chedraui, Palacio.
Vaya
que los tiempos han cambiado, hoy la historia es distinta con la proliferación
de escuelas de comunicación, de egresados, la aparición del internet, las redes
sociales, de medios digitales, y el repentino surgimiento de “reporteros” de
tres líneas y una foto en el face…