La Paz Baja
California Sur, a 04 de Enero de 2014
Por:
Salvador Castro Iglesias
Cuentan los que si saben de estas
cosas de historia, que hace ya muchos años en el viejo mundo, el escritor Garcí
Rodríguez de Montalvo, aburrido y no teniendo otra cosa por hacer, decide
escribir de principio a fin, un libro al que llamó “Las Sergas de Esplandián”,
en el cual describía prolijamente un reino dominado por bellas mujeres negras
denominadas amazonas y que vivían sin hombres más que para procrear, amén de
ser valientes, entronas para los cocolazos y que además poseían grandes
riquezas.
Tales chicas vivían en un lugar
llamado California y comandadas por su Reyna la tal Calafia, eran el azote de
todo ser vivo en sus dominios siendo temidas por su bravura.
Yo no sé en verdad si Don Hernán
Cortéz, Francisco de Ullóa y tantos aventureros que vinieron a la hoy llamada
Baja California Sur, fueron influenciados por dicho libro, pero para tener la
osadía de atravesar los mares buscando más tierras de las ya conquistadas,
debieron haber tenido muchos sueños, ambición o ganas de poner tierra entre
ellos y sus familias.
Pues hete aquí que un día de tantos
de nuestro Señor de 1535 (3 de mayo para
ser precisos), fue bautizada nuestra bahía como Santa Cruz por los primeros
Españoles al llegar a sus aguas en esa fecha; y fue Sebastián Vizcaíno entre
los meses de junio y noviembre quién decidió fundar un asentamiento en la bahía
que nombró Bahía de La Paz.
Muchos piensan que fue el
Conquistador Hernán Cortés el descubridor de nuestra tierra, pero en realidad
cuentan los historiadores que fue el piloto y navegante Fortún Jiménez quién al
mando del navío Concepción avistó en el año de 1534 la península, pensando para
sus adentros que era una isla.
Todo lo anterior viene a cuento, ya
que desde esa fecha, nuestra Península ha sufrido desde atracos, exterminio de
sus pobladores originales (debido a las viruelas, tuberculosis y otras
enfermedades traídas inocentemente por los Españoles), Filibusteros también
llamados “piratas”, malandrines de toda índole exportados de otras latitudes,
políticos pillos disfrazados de gente bien y tantas calamidades, que si la tal
Calafia viviera, falta le haría filo a su espada de oro para darles chicharrón.
Ahora que si volvemos al cuento de
la tal Calafia, imaginen la cara de los exploradores al dar con la California
de la leyenda…
.- Josú Don Fortún, ¿eso que vemos
frente a nosotros es la California?
.- A ver majo, presta acá el
catalejo para echar un vistazo
.- mmm … Pues mira tú que yo solo
veo playas, rocas, cactus y unos indios con cara de pocos amigos
.- Joder, ¿y la tal Calafia?
.- Ni idea grumete, de seguro anda
por otras partes porque solo veo hombres, mujeres y niños, de las Amazonas nada
.- Me cachis la mar salada, tanto
viaje y con estos calores para no encontrar las riquezas ni las amazonas
piernudas ni a la Calafia, bajemos para ver si encontramos algo que valga la
pena y no olviden llevar sus espejitos y cuentas de vidrio para el canje
.- A la orden mi Capitán
Cuenta la leyenda (que acabo de
acomodar para hacer más divertido este relato) que diciendo y haciendo, bajan
un bote, se trepan en él y remando llegan a la orilla de lo que hoy conocemos
como la playa Coromuel (nombre dado por los indios Guaycuras que ahí vivían al
no poder traducir ni pronunciar correctamente el nombre del famoso filibustero
Cromwell).
Al llegar a la orilla son recibidos
con chiflidos, insultos y conchas arrojadas con tal tino que al marinero que
iba por delante, le produjeron un enorme chichón en la frente, (dando con ello
inicio a lo que muchos años después sería considerado como el deporte de tirar
las piedras y conchas al agua para ver quién las rebota más veces).
Después de varios intentos por
hacerse entender por los indígenas Guaycuras y convencerlos de sus buenas
intenciones para con ellos (algo que suena muy parecido a los discursos de los
políticos) lograron por fin ser recibidos por los lugareños, quienes creyendo
en su buena voluntad organizaron un gran fiestón para los visitantes, y al cabo
de muchas cervezas y ron ingeridas para matar el calor, los marinos de Don
Fortún, hartos de tanta abstinencia sexual, decidieron que si no había amazonas
al menos podrían conformarse con las morenazas del lugar y al grito de “Dale a
tu cuerpo alegría Macarena”, le dieron vuelo al gusto violando a cuanta Guaycura
se les puso enfrente.
Como eso del mestizaje no se les
daba a los pobladores de esta parte del nuevo mundo, ardieron en cólera y
dieron muerte a Don Fortún y los pocos sobrevivientes que quedaron pusieron
pies en polvorosa, abordando la Concepción y marchándose a toda vela de
nuestras tierras.
Hasta aquí mi parte de la historia
sobre el descubrimiento de la bahía de La Paz y las penurias de los Guaycuras,
Don Fortún y sus alegres marinos, que solo busca entender el resabio ancestral
hacia todo lo que venga del macizo continental.
De las Amazonas y la Reyna Calafia
nunca se supo nada, de seguro al ver la acciones nada cristianas de los
visitantes, han de haber decido irse a otras tierras u otras leyendas porque lo
que es en Baja California Sur ya no tenían cabida más que para las fiestas del
Carnaval, en el que cada año salen a relucir entre plumas, conchas y perlas de
plástico, subidas en algún carro alegórico para deleite de los pobres Paceños
que bien quisieran meterles mano emulando a los marinos de Don Fortún.
Nos leemos más adelante…
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