Jorge A. Vale Sánchez*
Vivimos un cambio de época que ya hemos
comentado anteriormente, el cual nos hace sujetos de un proceso de transición
que a diario se traduce en transformaciones políticas, económicas, sociales y culturales.
Hasta las formas en que juegan nuestros hijos han cambiado drásticamente con
respecto a cómo jugábamos hace algunas décadas. En épocas pasadas nuestros
juegos eran tales que siempre había en ellos un solo ganador, es decir que por
medio de nuestras jugadas poco a poco íbamos venciendo al contrincante,
arrinconándolo o tomando ventajas competitivas que nos permitían atribuirnos el
triunfo o en todo caso conseguir un empate frente a él. La época actual, con
sus nuevos elementos tecnológicos, nos ha permitido jugar de tal manera que en
un mismo juego puedan darse diversos ganadores. Es más, incluso ocurre que no
haya perdedores, ya que si bien son varios los participantes en el mismo juego
interactivo, cada quien personaliza su propio juego, aprovechando y
contribuyendo con las jugadas de los demás tanto como las propias para el éxito
colectivo. En los juegos de esta nueva época existe cada vez menos el
sentimiento de derrota y cada quien, en la medida de sus resultados, se
considera a sí mismo ganador.
Los
juegos de niños, si bien reflejan nuestra educación y cultura, también inciden
en la formación de hábitos que trascienden la niñez y fundamentan la vida
profesional. Crecer en un ambiente en el
que se otorga amor dependiendo de lo que se aporte, es decir en el que te doy
dependiendo de lo que me das, nos lleva a buscar siempre un perdedor en escena
para poder sentirnos ganadores en dicho proceso. En este ambiente de
limitaciones es común escuchar la frase: “o estás conmigo o estás en mi contra”, y esperar que todo se caracterice
como blanco o negro. Difícilmente puede llegarse al consenso, ya que el proceso
dialéctico lleva a pensar en discusiones antagónicas, en las que se llega a confundir el objetivo del
juego y fácilmente se cae en buscar que
los otros participantes pierdan o fracasen. El resultado a obtener en esta
situación es obviamente, sin importar quién gane o quién pierda, un sentimiento
de rivalidad o competencia que lleva paulatinamente a velar sólo por los
intereses propios, inhibiendo la capacidad para integrarnos participativamente
a grupos de trabajo con un sentimiento de triunfo colectivo. Esta forma de
jugar y muchas veces de vivir nos lleva a considerar que los recursos
existentes son limitados y por tanto que si alguien está ganando ello significa
que con su triunfo nos quita algo que podría ser nuestro.
Una de las grandes ventajas de la tercera
revolución industrial es que ha propiciado nuevos modelos mentales,
fundamentados en la amplitud, la holgura y la abundancia, en donde el trabajo
de los complementadores es más importante que el de los competidores. Esta
nueva mentalidad, en la que todos los jugadores interactuantes llevan su propia
medida del éxito, permite evidenciar que las antiguas enseñanzas, aunque
parezcan perdidas, resaltan como principios tanto para lo nuevo como para lo
moderno. En especial el viejo principio de dar sin esperar nada a cambio,
transmitido por las diferentes civilizaciones, nos permite clarificar los
modelos actuales con los que tomamos decisiones y pensar proactivamente en cada
discusión, tratando de abrir nuevas oportunidades en vez de cerrar opciones.
Desde esta perspectiva el principio de negociación se antepone al de discusión
antagónica y el trabajo complementario y de cooperación se antepone al de
competencia. La fortaleza de los grupos y de las organizaciones públicas
proviene, así, de la suma del trabajo complementador, tomando las diferencias
entre sus participantes como su mayor fortaleza. Para esta forma de pensar uno
se considera ganador sí y sólo sí los demás ganan, el éxito personal promueve
el éxito colectivo y de esta forma se impulsa el trabajo de equipo y las
decisiones por consenso. En esta visión, en la que todos ganan, se considera
que los recursos son ilimitados en el sentido de que siempre podrán construirse
respuestas que permitan abrir cada vez mas opciones de éxito colectivo
El
establecimiento de una administración participativa de grupos, en donde el
directivo sirve de enlace y líder de su grupo frente a otros grupos, requiere
de esta mentalidad de abundancia, que propicia la toma de decisiones por
consenso. Cada persona, al igual que la propia institución, resultan ganadores
con este modelo.
*Jorge Alberto Vale Sánchez
Director General de:
Medios y soluciones Estratégicas
para la
Empresa
jvmarcortes@gmail.com
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