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domingo, 7 de agosto de 2011

DOS HISTORIAS UN SOLO ESCENARIO

Por Ángel Cu Ambriz

Podría afirmar que no hay una sola persona, que habiendo llegado aquí de otros lugares de nuestra república, no afirme que la ciudad de La Paz es un paraíso para vivir. Así pues “el lugar” por excelencia de nuestro paraíso, es sin lugar a dudas el malecón de La Paz… pero… ¿qué hacemos con éste paraíso?
Penden varias amenazas ecológicas sobre esta localidad: La construcción de desarrollos que destruyen los manglares y nuestro paisaje; las minas a cielo abierto, etcétera.
Pero de regreso al malecón, quien más maltrata a éste atractivo somos los que lo tenemos a la mano para disfrutarlo.
Poco antes de la puesta del sol la gente pasea, corre, platica, convive en el malecón de La Paz, admirando frecuentemente las esculturas anfitrionas de los paseantes. Algunos van alegremente violando sendos anuncios que prohíben la utilización de bicicletas y el paseo de perros (por cierto los letreros dicen respetémonos), pedalean unos, otros conducen a sus mascotas, pero es parte de la tolerancia a favor de la convivencia (¿?).
Adultos mayores, jóvenes y niños engalanan el espacio, se percibe la energía, la buena vibra del colectivo que se distribuye a lo largo y ancho del paseo. Unos prefieren descansar bajo la protección de las palapas y otros más refrescan su humanidad en las aguas de la bahía. Aquí cobra vida el paraíso, que durante varias horas están en armonía espacio, fauna y personas.
Pero poco a poco empieza la transformación, así como el Dr. Jekyl l y Mr. Hyde que se transforma de hombre a monstruo, nuestro malecón empieza a sufrir una transformación, transformación que se agrava durante el verano y períodos de vacaciones. Empieza con el arribo paulatino de una gran cantidad de automóviles. Cuando las sombras caen los autos llegan.
Desde la acera del lado de los comercios desaparecen de la vista las bancas, las escultura quedan mutiladas a los ojos del peatón, ya no se ven los reflejos del mar, ya no hay mar en el horizonte del malecón, solamente vehículos, más y más vehículos. Autos grandes y chicos, pick ups y gigantescas camionetas de doble cabina devoran el paisaje hasta que ya no pueden más y se pasman, quedan casi estacionados. Su humo, su ruido natural de operación más los equipos de sonido de los indolentes agreden al paraíso. Nuestra vista, nuestro oído, y olfato, son agredidos, por horas y horas.
En el colmo de la agresión vuelan envolturas por las ventanillas de dichos vehículos hacia la nada para que el viento coromuel los lleve a donde le plazca, pero ni esto es suficiente ya que las latas de cerveza también se unen al vuelo de desperdicios proveniente de los monstruos con ruedas.
Quien sabe a qué anciana hora regresa la calma y cuando los amantes de aire matinal salen a limpiar sus pulmones con una caminata temprana, el panorama es más que lamentable. No importa que día de la semana sea, el malecón brinda una escena conformada por cientos de botellas, latas, cartones, desechables, etcétera; cadáveres de la supuesta alegría que gozaron algunos embriagándose en una cantina con ruedas, convirtiendo a los más de tres kilómetros del malecón en un auto-bar gigante. Gente que se toma el exclusivo atributo de agredir lo más bello de nuestra ciudad.
Y no me mal entiendan, no hay autoridad suficiente para controlar esto, lo que se requiere es una voluntad colectiva. Se necesitarían tantos elementos como calles confluyen al malecón y ni así lograríamos una solución real.
La voluntad colectiva de cuidar nuestro entorno es lo que necesitamos. No queremos que destruyan los manglares, ni que se acaben nuestra agua, ni tampoco que contaminen mortalmente el ambiente con la minería a cielo abierto, pero ¿con qué autoridad moral?
¿Quieres beber?: bájate de tu auto y ve a algún negocio o júntate con tus amistades en casa de quien más les guste. ¿Quieres pasear?: camina y disfruta de los reflejos del mar, del vuelo de las aves, de la silueta de los cerros a lo lejos, del rostro de la gente que se cruzará contigo y deja el carro en tu casa. ¿Quieres escuchar música a todo volumen?: ensártate unos audífonos y súbele hasta donde aguantes.
Un malecón por las tardes, una cantina por las noches y un basurero por las mañanas. ¿Merecemos vivir en éste paraíso?

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